Mientras estaba en misa y repetía estas palabras en frente de Jesús, mi mente se remontó a el pasaje completo (Mateo 8,5-13), y me pregunté: "¿cómo se sentía el centurión? ¿por qué no dejó que Jesús entrara en su casa?"
Desde mi propia fragilidad me di cuenta que, en su lugar, yo no habría dejado pasar a Jesús por miedo a que se encontrara con mis debilidades. O tal vez a Jesús si lo hubiera dejado pasar, porque más o menos estoy consciente que me ama tal y como soy pero, cuando se trata de alguien más, no tengo la misma confianza. Me he cachado dudando:"si realmente me conociera, ¿podría amarme? ¿No sería mejor que ame a otra persona en vez de a mí?"
En el fondo, asumo que mis heridas y mis debilidades me hacen indigna del amor de otras personas que parecen menos "rotas" que yo, y siento la necesidad de disculparme de antemano por cualquier infortunio que les pueda causar. Por otro lado, las faltas de otras personas hacia mí me hieren y molestan mucho, y me cuesta trabajo reaccionar con cariño, paciencia y gentileza cuando, a mi parecer, alguien actúa desde su debilidad constantemente. Es más, a veces prefiero distanciarme y no compartir mi corazón, como diciendo, "no eres digno de que entres en MÍ casa..."
¿No suena muy lleno de gracia, verdad?
Pero el círculo vicioso no acaba ahí pues, cuando me vuelvo consciente, me reprimo por no amar a los demás ni a mí misma, y entonces regreso al principio: "¿quién querría amarme? ¿no sería mejor que amen a otras personas?"
Sin embargo, en su misericordia, Jesús no me deja sola cuando siento lástima o frustración por mí misma. Por Su gracia, mi mente se inunda de palabras que me recuerdan quién soy yo, quién es Él y a qué estoy llamada:
"No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. Pero vayan y aprendan qué significa esto: «Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios». Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores." - Mateo 9,12
"No eres la suma de tus fallas o tus debilidades, sino la suma del amor que el Padre tiene por ti" - San Juan Pablo II
"«Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí." - 2 Corintios 12,9
"He aquí, yo hago nuevas todas las cosas..." - Apocalipsis 21,5
Fuimos creadas como imagen y semejanza del Amor mismo, que no es meramente afecto, apego, atracción o placer, como lo pinta el mundo. Dios es fiel y siempre se da y recibe totalmente en libertad, creando vida. Por lo tanto, amar y ser amadas como Dios ama es nuestra razón de ser, nuestra naturaleza.
Sí, nuestras heridas pueden ser un obstáculo para el amor, mientras que nuestros pecados siempre lo son, pero nunca nos robarán nuestra habilidad de amar, para eso tendríamos que dejar de existir. En esto, como en todo, Dios tiene la última palabra. Sin embargo, para él no es suficiente que existamos, ¡quiere que tengamos vida en abundancia! Así que escogió entregarnos el mejor antídoto para un corazón roto: A sí mismo. Todo lo que Jesucristo hace es para sanarnos, mostrarnos su amor y enseñarnos a amar.
En la cruz, Jesús nos muestra que amar con un corazón herido no solo es posible, sino que entregarnos en nuestra vulnerabilidad es una gran muestra de amor, incluso cuando la otra persona no nos recibe como quisiéramos (por supuesto, es importante ser prudentes y discernir cuánto podemos compartir de un momento a otro). En cambio, cuando siempre ocultamos nuestras heridas, es como si encerráramos nuestro corazón en una caja con candado, y entonces ni Jesús ni nadie más pueden acceder a él.
Claro que da miedo ser vulnerable, al fin de cuentas es tomar el riesgo de que nos lastimen, pero así como Jesús nos muestra que solo a través de la Cruz se llega a la Resurrección y la vida eterna, al entregarnos a los demás con todas nuestras heridas podemos obtener algo mucho más grande que la seguridad de no ser lastimadas: paz, gozo, libertad, confianza en una misma, un amor mucho más profundo, auténtico y duradero y ser nuestra mejor versión. ¿No quieres esta vida?
Si es así, puedes empezar por decirle a Jesús en voz alta:
"Señor, yo no soy digna de que entres en mi casa, porque tú eres Dios y yo soy una pequeña criatura, pero tú moriste por mí para afianzar mi dignidad. Así que entra a mi corazón, ¡cúrame! Aquí están mis heridas, mis inseguridades y mis pecados. Quiero confiar que una Palabra tuya bastará para sanarme. Amén"
Por último, para afianzar estas palabras, te invito a que esta semana pases un rato en frente de él, en adoración a Su Santísimo Sacramento, con la cita que más te haya gustado, para que en el silencio Jesús penetre en tu corazón y te muestre cómo te quiere hacer nueva.
Comments